Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que por el contrario, era muy feliz. Todas las mañanas le traía el desayuno, y lo hacía cantando con alegres canciones. En todo momento sonreía y su actitud ante cualquier situación era siempre serena y alegre.
Un día el rey lo mandó llamar y le pregunto: -Williams ¿cuál es el secreto de tu alegría y felicidad?
-No hay ningún secreto, Majestad
-No me mientas Williams, insistió el rey.
-No le miento Majestad, no guardo ningún secreto.
-¿Entonces por qué estás siempre tan alegre y feliz?
-Majestad, es que no tengo razones para estar triste. Su Majestad me honra permitiéndome atenderlo. Tengo a mi esposa y mis hijos viviendo conmigo en la casa que usted nos ha dado y no nos falta nada. Por eso somos muy felices.
Pero el rey no se quedó conforme con la respuesta de su siervo. -Nadie puede ser feliz por esas razones que me has dado. Si no me dices ahora mismo el secreto de tu felicidad, te haré decapitar, le dijo el rey.
-Pero, ¡Majestad, no hay ningún secreto, le repito que simplemente soy feliz sirviéndole!
-¡Vete! ¡Vete antes de que llame al verdugo! El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
Sin embargo el rey no se quedó conforme, no conseguía explicarse como su sirviente estaba tan feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Inmediatamente llamó al más sabio de sus asesores y le pidió que le explicara la situación.
-¿Por qué es feliz mi siervo?, pregunto el rey.
-Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
-¿Fuera del círculo, de que circulo me hablas?
-¿El círculo hace infeliz a la gente? El rey no entendía nada.
-¿Y cómo salió?
-No, no salió, es qué nunca entró.
-¿Que círculo es ese?, preguntó el rey.
-El círculo del 99.
-Verdaderamente, cada vez entiendo menos.
-La única manera para entenderlo es haciendo entrar a su siervo Williams en ese círculo.
-Pues entonces obliguémoslo a entrar, dijo el rey.
-No, Majestad, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
-Entonces habrá que engañarlo, dijo el rey.
-No hace falta, si le damos la oportunidad, él entrará por sí solo,
-¿Pero él no se dará cuenta de que eso significará su infelicidad?
-Sí, se dará cuenta, pero no podrá evitar entrar en el círculo, dijo el sabio.
-¿Quieres decir que al entrar se dará cuenta que va a ser un infeliz y no intentará salir?
-Exactamente Majestad, le respondió el asesor. Y a continuación le expuso su plan.
-Esta noche pasaré a buscarlo para que vayamos a casa de su siervo. Usted, deberá traer una bolsa con 99 monedas de oro.
Y así fue, aquella noche, el sabio y el rey se dirigieron a casa de Williams. Llamaron a la puerta dejaron en el suelo la bolsa con las 99 monedas de oro y se escondieron, dejaron una nota que decía…