Una vez, en medio de mi angustia, clamé al Señor y le dije: ¡Dios mío, ayúdame! Mi vida no vale nada, quiero ser feliz, quiero encontrarle sentido a mí existir.
Sentí como si el Señor me mirara fijamente con Sus ojos llenos de amor y con una dulce sonrisa, me tomara de la mano y me dijera: ¡Levántate y anda!
No entendí lo que quería decirme y le dije: …pero Señor, no sé qué hacer. ¿A dónde tengo que ir, dónde me mandas? –No te preocupes, te he escogido desde antes que nacieras para que fueses mi hijo, y te he regalado mi Espíritu, que habita en ti, así que: ¡Levántate y anda!
–Pero Señor, yo no sé nada, no estoy preparado intelectualmente, no tengo sabiduría.
–Eso ya lo sé, mi Padre no ha escogido ni a sabios ni a poderosos para llevar su mensaje, sólo quiere hombres y mujeres dispuestos a obedecer y actuar. El Padre se goza en tu sencillez, así que: ¡Levántate y anda!
–Pero Señor, yo no sé hablar, ni expresarme correctamente.
–Eso ya lo sé, no te preocupes, Yo pondré en tu boca palabras y en tus acciones sabiduría, para que los demás puedan entender, el mensaje, así que:
¡Levántate y anda!
–Pero Señor, la verdad es que no tengo tiempo, estoy muy ocupado.
–Eso ya lo sé, pero todo cuanto tú me entregues, te prometo que te lo devolveré multiplicado por cien, incluido tu tiempo, así que: ¡Levántate y anda!
–Pero Señor, el camino es muy difícil, está lleno de piedras y es cuesta arriba.
–Eso ya lo sé, Yo mismo lo recorrí para llegar a la Cruz, además no debes preocuparte, yo estaré contigo todos los días de tu vida, para darte fuerzas, así que: ¡Levántate y anda!
–Pero Señor, yo soy un pecador, no puedo. –Eso ya lo sé, no me importan tus pecados, me importas Tú. Mi amor es incondicional y te amo tal y como eres. Es necesario que seas mi testigo, para que los demás me reconozcan en ti, así que: ¡Levántate y anda!
–Pero Señor, hay mucho odio, mucha soledad. El mundo te rechaza y no quiere escuchar tu mensaje. –Eso ya lo sé, pero quiero que tú vayas, te escuchen o no te escuchen. Lo importante es que la luz brille en medio de la oscuridad y tú eres la luz de la tierra, así que: ¡Levántate y anda!
–Pero Señor, yo no te pedí eso, sólo te pedí felicidad y que mi vida tuvieses sentido.
Con gran compasión e infinito amor, me abrazó, y me dijo al oído: Eso ya lo sé, pero debes saber que tu felicidad se encuentra escondida en Dios y para alcanzarla en esta vida, tienes que andar cerca de Él y vivir de acuerdo a Su propósito, así que:
¡Levántate y anda!
«No dije más, sequé mis lágrimas y tomado de su mano me levanté y comencé a caminar. No sé qué pasará mañana, no sé que hará el Señor de mí. Pero hoy sé que no sería feliz, ni conocería el sentido mi vida, si el Señor no me hubiera dado la mano, me hubiera levantado y me hubiera animado a andar junto a Él»