Desde hace varias décadas, en África, se producen una serie de conflictos armados, que al igual que sus periódicas hambrunas parecen no merecer mayores comentarios en la opinión pública occidental. De ellas, el Genocidio de Ruanda y la Guerra del Congo que involucró a Angola, Zimbabwe, Uganda, Ruanda y Namibia, fueron las más terribles y devastadoras.
Más de tres millones de personas murieron entre 1998 y 2002 en la selva congoleña por actos violentos, hambre y enfermedades en el más mortífero conflicto surgido en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, los gobiernos de esos países fueron un claro ejemplo de anarquía, abusos y dictaduras, como lo demuestra el hecho de que curiosamente en 1984 Mobutu declaró tener depositados en Suiza, unos 4.000 millones de dólares, una cantidad similar a la deuda nacional que tenía.
El odio entre diferentes etnias, hizo que hombres de todas edades se transformaran en verdugos, asesinando salvajemente a niños, mujeres y ancianos, sin mostrar la más mínima compasión.
Esta mezcla entre dictadores sanguinarios y crueles exterminadores, forman una combinación letal, donde el más perjudicado siempre es el pueblo, que nada tiene que ver con las aspiraciones y ambiciones de unos y de otros.
Pero no hace falta ir tan lejos, ni retroceder en el tiempo. Aunque no se manifieste esta extrema crueldad, hoy en día podemos ver a muchos gobernantes a los cuales no les importa el sufrimiento del pueblo, no piensan en los que no tienen nada y lo más indignante es que si quisieran podrían arreglar muchas cosas, pero por alguna razón que no consigo entender, no lo hacen. Y todas estas cosas son solo un ejemplo de las distintas atrocidades que el
ser humano es capaz de cometer.
Cada vez que escucho que una o más muertes se producen en nuestro mundo por el desinterés de quienes podrían evitarlas, o por los que matan sin escrúpulos por interés económico, o por la indecisión de unos pocos que dejan al azar el destino de los que más sufren, no consigo comprender cómo pueden vivir tranquilamente, cómo pueden dormir sin que su conciencia les moleste, porque la mayoría de nosotros sufrimos y nos sentimos mal cuando vemos por la televisión que un niño o un anciano están sufriendo penalidades, hambre o frío.
Comencé a investigar sobre el tema y entendí que es una «cuestión de conciencia». Ni más, ni menos.
En nuestra mente se libra permanentemente, una batalla entre el «bien» y el «mal». Los dos quieren tener el control; el «bien» quiere lograr que hagas las cosas de tal manera que llegues a ser una persona íntegra, respetable, con valores y moral; pero el «mal» quiere empujarte a lo peor. Su deseo es que llegues a ser un ladrón, asesino, drogadicto, alcohólico, estafador, mentiroso, maldiciente, calumniador. Que odies aún a tus seres queridos, que no tengas compasión, ni sentimientos por nada ni por nadie. En definitiva, quiere hacer de ti un ser destructivo y autodestructivo.
Aunque te parezca irreal, todo esto ocurre en nuestra mente. Luego depende absolutamente de nosotros tomar la decisión final, es decir, ejercitar la voluntad y determinar a quién obedecemos.
Si seguimos las instrucciones del «bien» viviremos de manera transparente, nos moveremos por amor y sentiremos paz en nuestro corazón. Pero tomar esta decisión no es tan fácil, porque tu propio entorno, tus amigos y compañeros, pondrán infinidad de razones para hacerte ver, que lo que estás haciendo son puras tonterías y te dirán que «tienes que disfrutar de la vida», «no hay nada malo en eso», «los demás lo hacen» cualquier cosa para que sigas los consejos del «mal». Incluso te dirán que es la única manera de evitar los sufrimientos innecesarios y ser feliz.
No creo que haga falta decirte de dónde vienen los pensamientos y razonamientos que nos impulsan al «mal». Pero lo que sí quiero decirte, es que nuestra conciencia debe ser permeable a todo lo que venga de parte de Dios. Es decir: vivir de acuerdo a esos buenos pensamientos y principios que aparecen en nuestra mente y que nos impulsan a todo lo bueno, porque además de ayudarnos a vivir de la mejor forma posible, nos ayudarán a ir desplazando esas tentaciones que tarde o temprano tienen graves consecuencias.
Es muy posible que de pronto empieces a pensar que actuar de esta forma es una tontería, o que el «bien» es cosa de religiosos y santurrones. Si eso ocurre, ten cuidado, porque no solo te estás metiendo en problemas, sino que además te estás inmunizando a la voz de Dios y no solamente aceptarás el «mal», sino que acabarás llamándole «bien»
Esto es lo que le sucedió a tantos y tantos personajes siniestros de la historia. Personas normales como tú y yo, que en un momento determinado dejaron de escuchar la voz de Dios que les aconsejaba como debían actuar y empezaron a «sintonizar» otra voz.
Esa es la razón por la que a pesar de las atrocidades que cometen, pueden descansar, porque han terminado por llamar bueno a lo malo y muchas veces también por llamar malo a lo que es bueno y porque su conciencia está totalmente sorda a la voz de Dios.
Tal vez te estés preguntando: ¿Qué tengo que ver yo con esos crueles asesinos y exterminadores de los que estamos hablando? Bueno, en realidad no estamos hablando de personas concretas, sino de lo que hacemos con nuestra conciencia, de lo que hacemos con el «bien» y el «mal» que pugnan en nuestra mente, emociones y voluntad, y eso tiene que ver con todos y cada uno de nosotros.
¿Qué voz escuchas, qué voz rechazas?
«Si te das cuenta de que has estado escuchando y siguiendo la voz equivocada, la que te impulsa hacia el «mal», no te preocupes; pídele a Dios que quite todo aquello que te impide oír claramente Su voz y que te ayude a obedecerle y empezarás a sentir Su presencia y una paz indescriptible»