La noche de cada uno de nosotros está poblada de muchas estrellas. Tenemos muchas posibilidades, muchos ideales que nos totalizan. Dios, con su revelación, nos interpela como un día lo hizo con Abraham, como lo hizo con los profetas, como lo hizo con María y José…
La fe siempre es una opción y ésta a veces cuesta, pues hay que dejar a un lado nuestro racionalismo y nuestra sed de seguridades humanas. No nos gusta nadar en las aguas profundas porque preferimos tener unas agarraderas. En la vida espiritual la única agarradera es la veracidad y fidelidad de Dios.
La fe se templa con las dificultades.
Para templar una espada hay que meterla en el fuego. La fe también se forja en la tribulación. Hay gente que quiere tener una fe gigante, pero sin chamuscarse. Es como el atleta que quiere ganar la carrera, pero sin entrenarse, sin sufrir, sin lesionarse nunca.
La fe es un camino hermoso tapizado de rosas que están llenas de espinas.
Los Magos tuvieron una experiencia profunda de fe. Podemos imaginarlos llegando a un oasis para cargar provisiones y agua. Seguramente les vino a la mente la posibilidad de desistir. Tal vez en sus noches fueron visitados por sueños que les acosaban como fantasmas. El recuerdo de las burlas de sus compatriotas, el escepticismo de sus compañeros de estudios les perseguía. Hubo momentos de titubeos, de incertidumbre, de duda…
La fe nos exige ver a Dios en las cosas sencillas.
Después de viajar muchos kilómetros, los Magos encontraron al Rey de los Judíos, el Salvador del mundo, el Rey de reyes, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, en un establo de una aldea de mala muerte, fuera de la ciudad de Jerusalén. El mejor don de los Magos fue su fe.
Era suficiente para obligar al corazón bajar a los pies. Sin embargo, lo aceptaron plenamente: se arrodillaron delante de Él. Vieron a Dios en un bebé que lloraba.
Con la fe puede uno conectarse con Dios en cualquier momento. Al contemplar la belleza de la naturaleza, el estruendo del mar, la brisa entre los árboles… se puede sentir a Dios.
La fe abre horizontes y nos hace ver más lejos de lo que podríamos con la sola luz de la razón. Nuestra pobre mente es como el ojo desnudo que sólo ve un poco del universo al contemplar las estrellas que desfilan delante de él en la noche clara. Pero con un telescopio potente se puede penetrar en los espacios siderales y descubrir mundos nuevos. Así es la fe para un cristiano, es como un nuevo ojo para ver. En el vagabundo que toca a la puerta pidiendo una ayuda le revela la presencia de Cristo.
Cuando nosotros lleguemos al Cielo, ciertamente no vamos a entrar con unos lingotes de oro, una caja de incienso y un bote de mirra. Lo que vamos a llevar, como dijo San Pablo, es nuestra fe, esperanza y caridad.
No juzguemos el valor de nuestra vida por las cosas que tenemos o las obras que hacemos. La fe y el amor es lo que vale delante de Dios. Mejor es ir pobre delante la presencia de Dios, que rico y separdao de Él. Desde un punto de vista espiritual, el valor de los Magos no era el tamaño de sus dones materiales, sino la medida de su fe.
¿Cómo es nuestra fe? ¿Lánguida? ¿Depende de como nos sentimos? ¿Una fe sincera?
¿Está nuestra fe basada en la Palabra de Dios o en una serie de sentimientos movedizos?
Cuantas veces hemos viajado, en micros, trenes o aviones, acaso nos preocupamos por nuestro conductor, de no llegar sano y salvo, siempre confiamos, nos relajamos y dormimos. Entonces porque no confiar en Dios, ese Señor que nos dio la vida y que nos ama con amor incondicional.
«La fe es descansar en las manos de Dios, sin sobresaltarnos absolutamente por nada. Es tener la seguridad y la convicción de que todo esta bajo control, aunque el cielo oscuro de la vida anuncie tempestades»