Dicen que a cierta edad las mujeres nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe el ímpetu de los jóvenes.
Yo no sé si me habré vuelto invisible para el mundo, es muy probable, pero nunca fui tan consciente de mi existencia como ahora; nunca me sentí tan protagonista de mi vida y nunca disfruté tanto de cada momento de mi vida.
Descubrí que no soy una princesa de cuento de hadas; descubrí al ser humano que sencillamente soy, con sus miserias y sus grandezas.
Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta, de estar llena de defectos, de tener debilidades, de equivocarme, de no responder a las expectativas de los demás. Y a pesar de ello, quererme mucho.
Cuando me miro al espejo, ya no busco a la que fui en el pasado, sino que sonrío a la que soy ahora. Me alegro del camino andado y asumo mis contradicciones.
Siento que debo saludar a la joven que fui, con cariño, pero dejarla a un lado, porque ahora me estorba. Su mundo de ilusiones y fantasía ya no me interesa.
¡Qué bueno es no sentir ese desasosiego permanente que produce correr tras los sueños!
La vida es tan corta y el oficio de vivirla es tan difícil, que cuando uno comienza a aprender, ya no hay tiempo.
Las realidades más grandes y más bellas las tendrás cuanto menos las esperes, porque estas son un regalo de Dios, que te las envía en el momento preciso.
Si quieres disfrutar del mar, contémplalo, abre tus manos en sus aguas y todo el mar estará en ellas. Porque si las cierras para retenerlo, se quedarán vacías.
Si quieres disfrutar del viento, extiende tus brazos, abre tus manos y todo el viento será tuyo, porque si intentas retenerlo, te quedarás sin nada.
Si quieres disfrutar del sol y de su luz maravillosa, abre los ojos y contémplala, porque si los cierras para retener la luz que ya alcanzaste, te quedarás a oscuras.
“Sólo así gozarás de la vida, sabiendo que la tienes sin poseerla y dejándola pasar sin tratar de retenerla”