Nuestra casa tiene vista a una laguna. Es un entorno tranquilo, ideal para la contemplación, un día me senté a leer en el embarcadero. Me sentía muy sola y necesitaba respuestas. Acababa de pasar por una época particularmente difícil y me embargaba una sensación de fracaso y desesperanza.
Tenía necesidad de recibir una señal de Dios, que respondiera a mis interrogantes, o al menos una señal de Su presencia, algo que me tranquilizara asegurándome que mi vida estaba en Sus manos. Pero no pasó nada, algo desanimada, me dirigí de vuelta a casa.
De pronto, un sonoro graznido me sobresaltó en medio de aquel silencio. Me volví y descubrí un ganso que volaba a ras del agua y se posó con gracia en medio del lago. Pensé que la aparición de aquel ganso podría ser la manera en que el Señor intentaba responder a mis interrogantes.
«Qué raro que esté solo, pensé. Lo normal es que en primavera estas aves migren al norte en bandadas» Pero no vi, ni oí otros gansos.
Observé que al principio avanzaba chapoteando lentamente. Luego pareció inquietarse más, y se puso a chapotear más rápido y en círculos cada vez más pequeños. Sus graznidos denotaban angustia. Daba la impresión de que necesitaba algo y supuse que quizás se sentía solo.
Lo observé por un rato mientras graznaba y chapoteaba nervioso. Pero no saqué ninguna enseñanza personal, así que empecé a subir la escalera, cuando de repente sentí un fuerte impulso de dar un rodeo para dirigirme a la parte delantera de la colina donde se encuentra la casa, frente al río que desemboca en el lago.
Allí hay un puente, y para mi sorpresa, vi que detrás de unos arbustos había otros cinco gansos posados, caminando o nadando en silencio, bajo el puente. Por lo visto, el que estaba en el lago era parte de aquella bandada, pero había tratado de volar a solas por un rato. Me preguntaba qué harían los otros gansos.
En un momento dado, todos se dirigieron hacia su compañero y se pusieron a graznar con todas sus fuerzas, alargando la cabeza, como diciéndole: «No te preocupes. ¡Todavía estamos aquí!» Con ese llamado tranquilizante, todos volaron al encuentro de su camarada extraviado para ayudarlo y consolarlo. Uno bajó al lago y empezó a nadar junto al que había estado solo. Al rato, los otros se les unieron y todos nadaron tranquilamente juntos, todavía graznando, pero esta vez en un tono más suave y tranquilizador.
Quedé impresionada, estas palabras vinieron a mi mente: Arrepentimiento, Perdón y Misericordia. Esa fue la lección de aquel día: sólo porque no viera ni sintiera nada no quería decir que estuviese abandonada. No veía el consuelo y los cuidados que me prodigaba Dios. Era como aquel ganso que perdió de vista a la bandada. Pero sus compañeros estaban ahí, listos para acudir en su auxilio nada más los llamara.
??Cuando nos extraviamos o tratamos de andar solos por un tiempo, no debemos sorprendernos de que el Señor no nos rescate de inmediato. Pero eso no significa que nos ha abandonado, El siempre está con nosotros, esperando nuestro llamado. El siempre desea que de cada situación aprendamos algo, que entendamos en qué nos hemos equivocado, o a que le pidamos ayuda cuando por fin entendemos cuánto lo necesitamos. En todo caso, siempre está presente y esperando y volará a nuestro lado con las alas del amor, siempre que lo llamemos?