-¿Dónde estás?… Te grité aquella mañana temblando de dolor y desesperado mientras mi tristeza se elevaba en forma de grito hacia los cielos.
¿Dónde estás?… Volví a gritar con voz más fuerte quebrando las barreras de mi llanto.
¡No puedo soportar este silencio!
¿Dónde estás mi Señor?… ¡Te estoy buscando!
-¡Aquí estoy!… gritaste en mi conciencia un mendigo cubierto con harapos, me vino a visitar en mis recuerdos, cargando su silencio resignado. En su mano tendida había tristeza, su mirada estaba llena de cansancio, de tanto y tanto caminar por las calles de la vida. ¡Cuántas veces sin verlo lo he cruzado!
¡Aquí estoy!… repetiste con voz firme. Y recordé aquel niño abandonado, que acurrucado en el banco de una plaza, encontré esta mañana tiritando. Aunque era un niño descubrí en sus ojos, la dolida mirada de un anciano; cansado ya de haberlo visto todo, a pesar de haber vivido pocos años.
¡Aquí estoy!… y recordé de pronto, el andar vacilante del borracho, que con paso inseguro por las calles, paseaba su bochorno y su cansancio.
¡Aquí estoy!… y vino a mi memoria la mirada perdida del muchacho, que buscaba en el mundo de las drogas, sensaciones que aún no había encontrado.
¡Aquí estoy!… dijiste y yo cerré mis ojos, recordando los ojos de cansancio, de aquella prostituta que en las noches traficaba su cuerpo manoseado.
¡Aquí estoy!… agregaste. Y recordé al hambriento revolviendo los tarros del mercado, buscando mitigar su hambre de días, en los restos que otros hombres despreciaron.
¡Aquí estoy!… gritaste. Y vino a mi memoria la cama del enfermo abandonado… el jadeante respirar del perseguido, el llanto sordo del desheredado.
La vergüenza de los hijos sin padre conocido. El estéril clamor de los condenados, que fueron arrancados de los vientres.
¿Dónde estoy, has venido a preguntarme?
¡Aquí estoy!… en el dolor de tus hermanos.
¡Deja de contentarte reviviendo, los artísticos cuadros de mi calvario!
Yo cargo con dolor todos los días, la dura cruz de los desheredados, continúo sufriendo en los que sufren y en su sangre me sigo desangrando…
¡Quita mi imagen de la cruz que llevas, de las imágenes sin vida estoy cansado!
¡Cansado estoy del arte de los hombres, que al mundo siempre me han mostrado!
¡Yo acepté libremente mi designio y a la cruz fui a morir enamorado!
¡Pero he resucitado al tercer día y entre mi gente sigo caminando!
¡Yo no soy un pedazo de madera, ni una estatua de yeso coloreado!
¡Yo vivo en el dolor y el sufrimiento, de aquellos que los hombres marginaron!
¡Andando los caminos de esta vida, revivo día a día mi calvario!
¡Mil veces me torturan y me matan, en el diario sufrir de tus hermanos!
También estoy aquí, dentro del templo, donde esta mañana me has buscado, pero es hora que aprendas a encontrarme también en los que viven sus miserias a tu lado…
Cuando me hayas encontrado en cada uno, y en ellos viéndome me hayas amado, puedes buscarme aquí. Ten por seguro, que siempre yo en tu puerta estoy esperando…
-Señor, primero dame fuerzas para hacer lo que me pides… después puedes pedirme lo que quieras.
Adaptación del poema de San Agustín