No creo en encontrar a una persona que me llene la vida…
Creo en tener una vida plena, para poder compartirla con otra persona.
No creo que el amor lo genere alguien…
Creo que el amor está en nosotros, es nuestra decisión desarrollarlo, mantenerlo y compartirlo con aquellos con quienes se comparten pensamientos y sentimientos.
No creo que siempre sea yo quien deba dar y estar…
Creo en una actitud integral frente a la vida, una actitud consecuente pero que se expresa de diferentes maneras y siempre sin condiciones.
No creo en la promesa de que el amor de hoy será para toda la vida…
Creo en el respeto, en la sinceridad y en el amor que va madurando y que nos deja espacio para crecer juntos.
No creo en esfuerzos «unilaterales» para lograr ser amados…
Creo en el amor que dos deciden, en el amor que compartimos sin presiones y sin exigencias.
No creo en el amor a primera vista…
Creo en hablar el mismo idioma, en la capacidad de disfrutar de la compañía del otro, en el placer de conocernos sin obligaciones y en la unión interna pero no forzada de dos personas, como de dos ríos que se unen en un mismo curso.
No creo que sea amor, si estoy sufriendo…
Creo en amar con armonía. En que el amor es más y nunca menos. En el «te amo» sin razones ni porqués.
No creo en tener que callarme por no dañar…
Creo en la comunicación como la mejor vía para conocer, construir, coincidir y decidir.
Creo en que la vida la construimos nosotros y en la frase que dice:
«La vida es 10% lo que nos sucede y 90% cómo reaccionamos ante ello»
Creo completa y ciegamente en el amor puro, íntegro, incondicional, cálido; ése que es tan profundo, como sensación, como belleza, como entrega, que en esencia no se diferencia del maternal, del fraternal, de la amistad, del de pareja.
«Creo en Dios como un ciego cree en el sol; no porque lo ve, sino porque lo siente»