Patricia, una mujer de 43 años, casada, con dos niñas de 8 y 10 años, comenzó a tener problemas de salud hace tres años y después de unos estudios, el médico le diagnosticó un cáncer de mama. Durante años luchó contra la enfermedad y el tratamiento parecía estar dando resultado. La medicina y su fe en Dios le ayudaron a superar poco a poco lo que parecía irreversible. Pero después de un tiempo, comenzaron nuevamente los síntomas; el cáncer había regresado con más fuerza y ahora estaba en sus huesos. No había explicación científica, pero su organismo estaba contaminado nuevamente con células cancerígenas.
Patricia, no dejaba de preguntarle a Dios, por qué estaba nuevamente enferma, cuando en Su Palabra nos dice que cuando El obra, no deja las cosas sin completar. Se aferraba a la vida, quizás no tanto por ella, sino por sus hijas; no podía soportar la idea de dejarlas y no verlas crecer a su lado.
Fue idea de Dios que nos conociéramos y pudiéramos mantener una interesante charla. Como es mi costumbre, le hice las dos preguntas que siempre hacemos a las personas que de una u otra manera están sufriendo, por una situación propia o por un ser querido.
La primera es; si personalmente o quizás algún familiar, han tenido contacto con curanderos, brujos, umbandas, ocultismo... o si han participado de algún rito en el que se adore alguna entidad espiritual que no sea Dios. Porque si le hemos abierto la puerta de nuestra vida a alguien que no es Dios, tarde o temprano estaremos en problemas y vendrán a nuestra vida consecuencias no deseables. Recuerda que Jesús dijo: «Cuando el ladrón llega, se dedica a robar, matar y destruir» Juan 10:10
En caso de que la respuesta sea afirmativa, es conveniente desistir de toda práctica, pedir perdón al Señor por nuestros actos y por los de nuestros antepasados; rechazar toda influencia negativa en nosotros y pedirle a Dios que Él sea el centro de nuestra vida y destruya todo lo que el enemigo ha construido en nuestro ser.
La otra pregunta es; si hay amargura, resentimiento y falta de perdón, hacia alguna persona determinada; familiares, compañeros de trabajo, del colegio… heridas en el alma y en el corazón que todavía no han sido sanadas y siguen abiertas.
Patricia, me confesó que tenía una carga, por algo que injustamente le habían hecho unos familiares; desprecios, intolerancia, discriminación, envidias…
La familia de su esposo, nunca la aceptó y el resentimiento y el odio, se apoderaron de ella por más de veinte años.
Fue entonces cuando se dio cuenta que sin perdonar, jamás iba a poder superar su enfermedad. Le sugerí que, por su propia salud tuviera una conversación con las personas involucradas, para aclarar la situación; pero sobre todo que antes pidiera perdón a Dios y luego perdonara a las personas que tanto daño le habían hecho. En definitiva que quitara de sus hombros esa mochila de resentimiento, dolor y amargura que cada día le pesaba más y más.
A Patricia y su esposo le pareció excelente la idea y después de conversar con Dios y pedirle perdón, llenos de una paz desconocida para ellos, fueron a aclarar toda la situación y a reconciliarse con sus familiares. Todos se dieron cuenta de sus errores y reconocieron su culpa; se perdonaron y así fue como después de tantos años pudieron volver a ser una familia normal.
La historia no termina aquí, ya que todavía falta la parte más importante. Patricia como consecuencia de poner su vida en orden, comenzó a recuperar nuevamente la salud. Ella tuvo la valentía de reemplazar su odio y resentimiento, por amor y perdón; y eso permitió que Dios obrara en ella de una manera milagrosa.
«Cuando uno está en paz con Dios, consigo mismo y con los demás; cualquier situación por grave que sea, se puede revertir»