A principios del año 1814, tropas suecas, alemanas y rusas estaban a media hora de marcha de la ciudad de Sleswick, Dinamarca. Desde el campo de batalla llegaban noticias terribles del comportamiento de los soldados, y se pensaba que el ataque final llegaría en pocos días.
En las afueras de la ciudad, a un costado del camino por donde pasaría el ejército enemigo, había una casa solitaria habitada por Elena, una anciana muy fiel y consagrada a Dios.
Ella sabía que la situación era extremadamente difícil y que tal vez no había posibilidades de salir con vida. No tenía muchas opciones y nadie en su pueblo podía oponer resistencia a un enemigo tan poderoso.
Con toda tranquilidad, como la de alguien que sabe que no le va a pasar absolutamente nada, convocó a sus amigos y vecinos, para que vinieran a su casa.
Todos estaban aterrados, sabiendo que la muerte los esperaba a escasas horas, pero Elena con una paz, que ponía nerviosos a todos los visitantes, les sirvió café y una deliciosa torta que había preparado para la ocasión.
Con mucha tranquilidad tomó la palabra y les dijo: «Queridos amigos, los invité para decirles que humanamente no tenemos posibilidades de sobrevivir al enemigo, pero les aseguro que hay alguien que nos va a proteger y nada nos va a pasar a todos los que estemos aquí. He estado pidiendo a Dios que forme una muralla de nieve, para que los enemigos no puedan vernos, por eso pasaremos la noche juntos. Relájense y descansen, que mañana, cuando todo haya pasado, cada uno podrá regresar a su casa»
Los visitantes se miraban extrañados y se preguntaban cómo se podría formar una muralla de nieve, porque para que eso fuera posible, tendría que nevar muchísimo y pensaban que tal vez Elena se habría vuelto loca. Todos guardaban silencio, en parte por respeto y en parte por miedo, tratando de contagiarse de su fe.
Nada en el cielo anunciaba una posible nevada, pero para sorpresa de todos, cuando oscureció empezó a nevar como nunca antes había sucedido. Eran aproximadamente las dos de la madrugada y el relinchar de los caballos y el grito desaforado de los soldados enemigos, se oía cada vez más cerca. Eran miles los que avanzaban con el propósito de arrasar completamente el pueblo, pero el sonido se fue disipando lentamente hasta desaparecer por completo.
Todos se imaginaban que el ejército enemigo estaría rodeando la casa, esperando el momento oportuno para atacarlos. Pero nada sucedió. Se habían marchado.
Con las primeras luces del sol, Elena salió de la casa y al ver el milagro llamó emocionada a sus vecinos. Alrededor de la casa se había formado una gran muralla de nieve que estaba hecha tan estratégicamente que nadie podía, de ninguna manera, ver la casa desde el camino.
«Ante un peligro inminente, tú puedes pedirle a Dios que te cuide y proteja o puedes permitir que el temor y el pánico se apoderen de ti. Que la fe y la confianza de Elena te sirvan de ejemplo de que, por más difícil y peligrosa que sea la amenaza, con Él estarás seguro y protegido»