¿Quién de nosotros no tuvo un momento de extremo dolor?
¿Quién nunca sintió, en algún momento de la vida, ganas de desistir?
¿Quién todavía no se sintió sólo, extremadamente sólo, y tuvo la sensación de haber perdido la dirección de la esperanza?
Ni las personas famosas e importantes, están libres de tener sus momentos de soledad y de profunda tristeza.
Fue lo que le ocurrió a uno de los reconocidos compositores de todos los tiempos, llamado Ludwig Van Beethoven. Nació en 1770, en Bonn, Alemania, y murió en 1827, en Viena, Austria.
Cierto día Beethoven se sintió muy deprimido, parecía que su vida no tenía mas sentido de ser. Estaba muy abatido por el fallecimiento del príncipe de Alemania, que llegaría ser como un padre para él.
El joven compositor padecía de una gran carencia afectiva. Su padre era alcohólico y lo agredía física y sicológicamente; él falleció en la calle, por esa causa.
Su madre también murió muy joven. Su hermano nunca lo ayudó en nada, y súmese a todo esto, el agravamiento de su enfermedad. Síntomas de sordera, comenzaban a perturbarlo, al punto de llevarlo a la irritación y la ira…
Beethoven solamente podía oír usando una especie de corneta acústica en el oído. El llevaba siempre consigo un papel o un cuaderno, para que las personas escribiesen sus ideas y así poderse comunicar, pero no todas tenían paciencia para eso, ni para leer sus labios.
Notando que nadie lo entendía, ni lo ayudaba, Beethoven se retrajo y se aisló. Por eso se ganó la fama de misántropo.
Fue por todas estas razones, que el compositor cayó en una profunda depresión. Llegó a escribir un testamento, donde entre otras cosas decía que se iba a suicidar.
En el peor momento de su vida, donde las pruebas parecían eternas, Dios le trajo consuelo a través de una joven ciega, que vivía en la misma pensión, la que le dijo con fuerte voz:
“Yo daría todo mi ser por ver una noche de luna llena”
Al oírla, Beethoven se emocionó hasta las lágrimas, reflexiono y pensó, ¡Yo puedo ver! Tal vez pueda poner mi sabiduría y componer una canción.
Sintió dentro de si que sus penas y lamentos se transformaban en alegría y un ánimo que no entendía, fue entonces que compuso una de las obras más hermosas de la humanidad, la sonata “Claro de Luna”
Mirando al cielo plateado por la luna, y recordando a la joven ciega, al preguntarse el por qué de la muerte de un mecenas tan querido, él se deja sumergir en un momento de profunda meditación. Esto lo transporta a las profundidades de su ser y logra intuir allí, la presencia eterna del Ser.
Algunos estudiosos de música dicen que las tres notas que se repiten, insistentemente, en el tema principal del 1er. movimiento de la Sonata, son las tres sílabas de la palabra “why” u otra palabra sinónima, en alemán.
Años después de haber superado el sufrimiento, llegaría el incomparable Himno de la Alegría, correspondiente a la 9ª sinfonía, que corona la misión de este compositor, ya totalmente sordo.
El Himno de la Alegría expresa su gratitud a la vida y a Dios, por no haberse suicidado.
Todo gracias a aquella muchacha ciega, que le inspiró el deseo de traducir, en notas musicales, una noche de luna...
Usando su sensibilidad, Beethoven retrató, a través de la melodía, la belleza de una noche bañada por la claridad de la luna, para alguien que no podía ver con los ojos físicos y que lo había llevado a él a ver con los ojos del alma.