No me deis todo lo que os pida; a veces lo hago para ver cuánto puedo obtener.
No me deis siempre órdenes; si me pidierais las cosas con cariño, yo las haría más rápido y con más gusto.
Cumplid las promesas buenas o malas; si me ofrecéis un premio, dádmelo... pero también dadme el castigo si me lo merezco.
No me comparéis con nadie, especialmente con mis hermanos, no sería justo y me hace sufrir.
No corrijáis mis faltas delante de otros; enseñadme a mejorar cuando estemos solos.
No me gritéis; os respeto menos cuando lo hacéis. Además aprendo a gritar también y no quiero hacerlo.
Dejadme hacer las cosas por mí mismo; si lo hacéis todo por mí yo nunca aprenderé.
No digáis mentiras delante de mí, ni me pidáis que las diga por vosotros, aunque sea para sacaros de un apuro; me hacéis sentir mal y perder la fe en vuestra palabra.
Cuando yo hago algo mal, no me exijáis que os diga el porqué, pues a veces ni yo mismo lo sé.
Cuando estéis equivocados en algo, admitidlo para que crezca la opinión que tengo de vosotros y así me enseñareis a admitir mis equivocaciones.
Tratadme con la misma amabilidad y cordialidad con que tratáis a vuestros amigos; ya que, aunque sea vuestro hijo, también podemos ser amigos.
No me digáis que haga lo que vosotros no hacéis. Yo siempre aprendo, no por lo que me decís que debo hacer, sino por lo que veo que hacéis.
Enseñadme a conocer y amar a Dios, pero recordad que quiero aprenderlo a través de vuestro ejemplo.
Cuando os cuente un problema, no me digáis: “No tengo tiempo para tonterías” o “Eso no tiene importancia”; tratad de comprender y ayudadme. Para mí es importante.
Amadme mucho y decídmelo a menudo, a mi me gusta oírlo, aunque penséis que no es necesario.
“Instruye al niño en su camino y aún cuando fuere viejo, no se apartará de él” Proverbios: 22 / 6
Familia - José Luis Prieto