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A dónde iré lejos de ti

Señor, tú me conoces, sabes cuándo me siento o me levanto, tú conoces prescindiendo del tiempo y del espacio, lo que pienso.

Tú sabes si camino o si me acuesto. Tú conoces muy bien todos mis pasos. Aún no ha salido la palabra de mi boca y tú ya la conoces. Sin embargo, me abrazas y cuidas. Tu sabiduría es un misterio para mí, es tan grande que no puedo comprenderla.

 ¿Adónde iré para estar lejos de tu Espíritu, adónde huiré para escapar de tu presencia? Si subo a las alturas, allí estás, si bajo a los abismos, allí también estás. Si le pido las alas a la aurora para irme a la otra orilla del mar, también allí tu mano me protege y me sigue cuidando.

 Si quisiera que fuera de noche para esconderme en la oscuridad, de nada serviría, porque para ti no hay diferencia entre la oscuridad y la luz; si tú estás, hasta la noche brilla como la luz del sol.

 Tú, Señor, formaste mis entrañas, me formaste en el seno de mi madre. Te doy gracias por tantas maravillas, admirables son tus obras y yo lo sé muy bien. Mis huesos no escapaban de tu vista cuando yo era formado en el secreto. Tus ojos ya veían mis acciones, y ya estaban escritas en tu libro los días de mi vida, ya estaban trazados antes de que ni uno de ellos existiera.

 ¡Tus pensamientos, Dios, cuánto me superan, qué impresionante es ver su orden y acierto! Si me pongo a contarlos son más que la arena del mar. Me dormiría y al despertar tú seguirías a mi lado.

 «Examíname, Dios mío, mira en lo más profundo de mi corazón, ponme a prueba y conoce mis pensamientos. Dime si voy por mal camino y enséñame a vivir como quieres que viva». Salmos 138:23, 24