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¡¡Feliz día del padre!!

Un conocido me escribió hace algunos años una carta en la que me contaba ciertas experiencias que había vivido cuando era un jovencito.
Desde niño hasta mi adolescencia, fui una persona muy rebelde. No obstante, cuando mi padre empezó a pasar más tiempo conmigo, experimenté una impresionante transformación.

Mi padre se iba a trabajar al medio día y regresaba por la noche muy tarde. Cuando yo me levantaba él estaba durmiendo, y cuando yo llegaba del colegio, él ya se había ido a trabajar. Casi nunca lo veía, a excepción de unas pocas horas los fines de semana.

En aquellos años me metí en muchos problemas. Robaba dinero para mis caprichos y en el colegio me iba muy mal. A los catorce años me detuvieron por robar en un comercio y me enviaron a un correccional. La primera reacción de mi padre fue de enfado, pero después se dio cuenta de que la culpa había sido suya por no haber desempeñado mejor su papel de padre.

Cambió de trabajo para poder pasar más tiempo conmigo, de manera que cuando llegaba del colegio, él ya estaba en casa. Pasábamos mucho tiempo juntos, empezó a interesarse por mi rendimiento escolar, a ayudarme con mis tareas y en lugar de irse a pasar el tiempo en algún sucio salón de billar con sus amigos, me llevaba a un centro recreativo donde practicábamos varios tipos de deportes.


Mi vida cambió gracias a que mi padre me expresó su amor y comprensión. En el colegio mis notas mejoraron tanto que llegué a estar en el cuadro de honor. Hice nuevos amigos, chicos estudiosos y respetuosos que no se metían en líos.

Ahora me doy cuenta de que aunque exteriormente me mostraba duro, interiormente necesitaba y anhelaba amor, atención y compañía. La clave, fue el amor que mi padre supo expresarme, pasando tiempo conmigo.

Todos los niños necesitan un padre o al menos, una figura paternal de alguien que les transmita admiración, cariño, ternura, valor, alguien que tiene fe, que disfruta de su compañía y que tiene ganas de estar con ellos. En realidad, todos necesitamos ser comprendidos, tener a alguien que se ponga en nuestro lugar, que se interese por nosotros cuando nos sentimos decepcionados, que nos sostenga cuando perdemos la esperanza y que esté a nuestro lado para celebrar las alegrías y los logros alcanzados.

¿Reciben tus hijos ese amor? Muchas veces quizás no sepas qué hacer con ellos, porque todo lo que digas les entrará por un oído y les saldrá por el otro. Puedes aconsejarlos de mil maneras y decirles las consecuencias que pueden tener por llevar una vida desordenada.

Puedes decirles todo lo que quieras, que por bueno y acertado que sea, si tus palabras no están revestidas de amor, paciencia, afecto, ternura y cariño, de nada servirán.

«Porque no se trata de decir lo correcto, sino de ser correctos… no se trata de explicar, sino de vivir… no se trata de enseñar o informar, sino de lo que les transmitimos a través de nuestras actitudes, reacciones, conducta… que es en definitiva lo que ellos captan a pesar de nuestras palabras»